Hace horas que estaba escribiendo o al
menos lo intentaba. Fué hasta la alacena y se puso a buscar los filtros de café
esperando que la historia llegue a su cabeza, no recordaba hace cuanto tiempo
buscaba un argumento, un personaje o un simple hecho que desencadene una
historia. En verdad no recordaba tampoco como mientras pensaba esto había
llegado a preparar el café, servirse uno y sentarse a la mesa pero era algo que
le pasaba muy seguido, a veces las cosas le sucedían así. Pensaba hacer algo y
lo hacía mientras pensaba otra cosa lo que lo hacía temer por su integridad
física. Revisaba continuamente las llaves de gas, las luces, puertas, todo.
Tenía miedo de que en esos lapsus cometiera un olvido que terminara en un incendio,
el departamento inundado, o despertarse en la mañana con la puerta del
departamento abierta de par en par y sin algo de valor, por ejemplo las únicas
dos tazas que le quedaron de un juego de 6, el sacacorchos antiguo comprado en
San Telmo, un cenicero de cerámica enorme que le regaló una ex cansada de
rogarle que vacíe el diminuto cenicero que tenía antes y que terminó en el
cesto de la basura, o la radio Continental que traía solo AM porque cuando la
compró la FM no existía.
Se
sentó en el único sillón que tenía mientras observaba su entorno esperando que
la historia viaje de su cabeza a sus
dedos que se encontraban entumecidos en el teclado y se dió cuenta que no solo
olvidaba los momentos sucedidos hace instantes sino que tampoco recordaba como
habían llegado esas cosas a su poder, simplemente las tenía. No tenía un solo
recuerdo de San Telmo aunque si se disponía a escribir una historia que suceda
en ese lugar donde supuestamente adquirió el sacacacorchos recordaba cada una
de sus esquinas y podía describir cada detalle de la Plaza Dorrego, la calle
Defensa, describir sus calles empedradas como si las recorriera diariamente
para olvidarse de absolutamente todo al terminar de escribir el relato. Pésimo
escritor, pensó, cómo puedo armar una historia si no tengo memoria?. Tenía
miedo de empezar a armar una novela policial en la Londres actual y que termine
siendo una de piratas. Hasta ahora no le había sucedido, simplemente las ideas
le llegaban, como las amistades, las novias, o los problemas. No era de salir
mucho pero de repente tenía amigos que lo visitaban o ex novias que no
recordaba pero si alguien venía de visita con un buen vino o una hermosa mujer
golpeaba la puerta siempre estaba bien dispuesto a sentarse a charlar y
recordar viejas anécdotas con una copa en la mano y más si esa noche dormía
acompañado.
El
sabía algo y era que a los personajes de las historias los creaba de a poco. No
podía hacerlo de un tirón, le gustaba darle vida a todo su entorno, les
inventaba una vida real, con recuerdos, con cosas que tengan historia, novias
que marquen sus vidas, amigos que hayan vivido momentos que lo hayan marcado,
no simples compañías sino compañeros de la vida. Hasta la más simple de las
cosas que poseía el personaje tenía que tener un porqué, todo en la historia
tiene que tener una historia. Hasta un simple sacacorch...
No
podía ser, abrió el cajón donde estaba el sacacorchos y encontró también un
juego de cubiertos comprado en un viaje al Sur que no recordaba haber realizado
y que hasta hace unos instantes no estaban ahí. Miró a la pared y de repente,
ante sus ojos apareció un enorme reloj antiguo que heredó de su abuelo del que
no recordaba nada. Giró por la habitación e iban apareciendo muebles, fotos en
la mesada que antes tampoco estaba, un gato durmiendo sobre un enorme sillón
que hasta hace unos minutos no poseía y una historia en su cabeza. Todo en
cuestión de minutos o segundos. Así creaba un escritor, de golpe, de un tirón,
como estaba siendo creado él en ese instante.